Los próximos días y horas serán, quizás, de los más importantes y delicados de los que haya vivido la oposición venezolana -de la que soy parte- en mucho tiempo. La posibilidad real de obtener una victoria electoral en este año, aún en las condiciones amañas y desiguales en las que éstas se llevarán a cabo, típicas del contexto de un régimen autoritario como el venezolano, son evidentes e insoslayables: todas las mediciones de opinión lo confirman, y también el ánimo de nuestro pueblo, a todo nivel, en toda la geografía nacional. Después de mucho tiempo, todos los partidos han asumido la ruta electoral, se han comprometido con ella, han actuado con solidez y éxito creciente para hacerla posible, como lo demostró la hermosa jornada de la elección primaria del 2023. El gobierno ha perdido la iniciativa política y la «narrativa» y reacciona como solo ya puede hacerlo: incrementando la represión, la censura, la amenaza y el chantaje. Solo les queda apostar (y propiciar) por nuestros propios errores. Solo una alta abstención, o la división de la oposición, los podrá salvar de una debacle electoral inminente. En nuestras manos está en no caer en la provocación, no sucumbir ante miserias y pequeñeces, no pisar peines ni entrar en una confrontación cainita que termine por consolidar, quién sabe por cuántas décadas más, esta larga noche de hambre, miseria, desesperanza y destrucción en la que vive nuestro país. Es momento de cerrar filas, de superar atavismos y rencores, de levantar la vista, de conversar, discutir, deliberar hasta el agotamiento, si es necesario, para lograr una respuesta conjunta, acertada y victoriosa en esta coyuntura definitiva. Basta de intrigas, zancadillas, facturas por cobrar, reales o imaginarias, porque el país, los ciudadanos, la historia, no nos perdonarán jamás volvernos a equivocar. Amplitud de miras, desprendimiento, inteligencia y generosidad, es lo que nos demanda la nación. Unidad y voto es lo que nos exige la gente. No defraudemos, carajo.