El bucle sin fin: por qué pasamos en el móvil más tiempo del que queremos

Es difícil darse cuenta de cómo poco a poco el teléfono móvil se fue colando en todas las esferas de la vida diaria. Y es fácil sobresaltarse al entrar por primera vez que en el panel Tiempo de uso en iOS, o Bienestar digital en Android, y comprobar el tiempo diario que dedicamos a la pequeña pantalla: de media, son más de tres horas de; y hasta seis, entre los más jóvenes. Si bien existe bastante controversia sobre la relación entre el uso del smartphone y los problemas de salud mental, hay un enfoque innegable: muy poca gente se levanta y piensa “hoy voy a pasar cuatro horas mirando el teléfono”; y, sin embargo, el dispositivo acaba absorbiendo nuestra atención durante ese tiempo sin que lo hayamos decidido.

Todos los días, en varias ocasiones, acudimos al dispositivo con quizá algún objetivo concreto (ver la hora, consultar una notificación) y, cuando nos damos cuenta, han pasado 30 minutos. Los académicos llaman “ciclos de revisión” a ese coger el móvil para algo concreto —o para nada—; algo que la mitad de los usuarios hacen más de 80 veces al día, según una encuesta de Pantallas Amigas. A través de entrevistas a 50 personas, concluían que lo habitual es pretender que la consulta sea breve, pero que con mucha frecuencia esta se expande e invade o sustituye otras actividades del día a día. “Lo fascinante es que puedes desaparecer por completo, mentalmente, en el dispositivo”, decía uno de los entrevistados.

“Usamos el móvil como una manera fácil de escapar del aburrimiento o el estrés. Muchas veces lo abrimos sin un propósito específico, solo para llenar un momento de espera o para evadirnos de la realidad. Esto termina convirtiéndose en un hábito que, sin darnos cuenta, consume gran cantidad de nuestro tiempo”, confirma Adoración Díaz López, doctora en Educación e investigadora del Instituto de Transferencia e Investigación (ITEI) de la Universidad Internacional de La Rioja.

Uno de los principales culpables de que el smartphone nos absorba sin que nos demos cuenta es el diseño de las aplicaciones, pensado precisamente para atrapar y hacernos querer volver. “El ser humano se mueve, a grandes rasgos, entre dos grandes objetivos: evitar el dolor y buscar el placer. Estos dispositivos están diseñados para eso, para recibir a través de estas recompensas (los likes, las notificaciones), un chute de dopamina. Nos sentimos alegres, entretenidos”, señala Gabriela Paoli, psicóloga experta en adicciones tecnológicas. La experta apunta también al muy estudiado efecto del scroll infinito, que hace que siempre haya contenido nuevo disponible. “Nos hace mantenernos atrapadas en una especie de bucles y querer estar siempre al tanto de todo”, asegura.

Algunos estudios han investigado ya partes más específicas sobre por qué cuesta tan poco entrar y tanto salir. Un ejemplo: pese a que la lógica nos dice que, si ya hemos visto varios contenidos similares, seguramente querremos cambiar de actividad, se ha probado que lo que pasa es lo contrario: según un estudio publicado en 2021, los usuarios que habían visto cinco vídeos musicales seguidos tenían un 10% más de probabilidades de elegir ver otro más que quienes habían visto tan solo uno. Si, además, percibimos que esos vídeos pertenecen a la misma categoría, es un 21% más probable que veamos uno más, algo muy relevante para todas las secciones de vídeos o contenidos relacionados que nos aparecen al terminar algo.

La misma investigación fue más allá: ¿importa si intercalamos tareas con vídeos o si hacemos primero una cosa y luego la otra? Sí: las personas que hicieron primero las cuatro tareas asignadas y después vieron dos vídeos tenían un 22% más de posibilidades de querer ver otro más que las que hicieron tarea-vídeo-tarea-vídeo. Es decir, lo importante es intentar parar después de un solo contenido o, si vamos a seguir, cambiar de categoría.

Disociados del mundo

Después está el tema de lo que le pasa a nuestra percepción del tiempo mientras estamos en ese bucle. ¿De verdad no somos conscientes de que están pasando muchos más minutos de los que queríamos al pensar “venga, solo uno más”? Díaz López explica que se suman dos factores: el estado de flujo al que nos lleva ese diseño y, efectivamente, la disminución de la conciencia temporal. “Durante estos bucles, nuestra capacidad para percibir el tiempo se ve afectada porque estamos ‘disociados’ de señales externas. Sin un final claro, como podría ser el caso de un programa de televisión o de una actividad con límite de tiempo, no existen puntos de referencia que nos indiquen que deberíamos detenernos. Además, los estímulos constantes evitan las pausas naturales que nos harían mirar el reloj o notar el paso del tiempo. Sus mecanismos, sin apenas interrupciones mínimas y la posibilidad de seguir y seguir, promueven la falta de conciencia de cuánto tiempo ha pasado”, asegura.

Paoli coincide, haciendo referencia a cómo en ese bucle disminuyen nuestros niveles de autoconsciencia con la desaparición de esas señales del exterior. “En la vida cotidiana solemos tener señales, como la luz, los ruidos de fuera. Escuchas a la vecina llegar de trabajar o sacar el perro y sabes, por ejemplo, que ya es de noche. Pero esas señales disminuyen significativamente al estar en el teléfono; o viendo una película o con un videojuego, porque estamos con el ruido, con las luces, con los brillos. Nos sumergimos en esa situación y los marcadores temporales desaparecen. El cerebro tiene dificultades para registrar cuánto tiempo ha transcurrido”, explica.

Si bien es cierto que en ese estado de absorción se entra también dedicándonos a muchas otras actividades, como ver una película, el hecho de que las redes no tengan final es lo que lo convierte en más peligroso. Paoli añade otro factor fundamental: el autoengaño. “Lo de decirse ‘me paso un ratito en el móvil y luego ya trabajo’ es posponer conscientemente y procrastinar todo lo demás para poder estar conectados”, señala.

Información de El País